Admiro a los
antitaurinos por el coraje y valentía con el que luchan por los toros, sin
embargo, creo que deberían —también—protestar contra las peleas de gallos, de
perros, el coleo, las corralejas, la caza campestre, la superpoblación en las
que se crían los pollos de engorde, los pájaros enjaulados, el transporte de
tracción animal (zorras), las aves desplumadas, las fístulas antiéticas que les
propician al ganado bovino, los animales usados como experimentos: ratones,
simios, conejos, los que son utilizados por los estudiantes de veterinaria y
zootecnia (principalmente en la disección y para adquirir un mejor conocimiento
—en práctica— de la anatomía de algunos
de estos seres).
De igual manera están,
en los parques marinos, los delfines (el animal más inteligente, pero que está
condicionado a cierto espacio para entretener a turistas), las morsas y demás animales
que son puestos en cautiverio (con permiso de los gobiernos, obvio aquí prima
el lucro). Los animales, como los humanos, son libres, nosotros cometemos
delitos y tenemos una consecuencia legal, ¿ellos qué mal han hecho? ¿Qué están
pagando? ¿Es un castigo de quién? Claro, recordemos los zoológicos, donde se
priva y son hechos sumisos del bárbaro y déspota ser humano, de los circos a
los cuales muchos de nosotros asistimos alguna vez.
Por otro lado yacen las
ovejas, las cabras, los cerdos que igualmente son objetos de experimentos en
laboratorios médicos, los caballos y yeguas que son montados por quienes les
gusta el ‘deporte’ de la equitación y en cabalgatas por tipos de más de 100
kilos de peso por más de dos horas. La ignorada vivisección que todavía se
utiliza con propósitos comerciales y de supuesto aprendizaje. Las muchísimas e
inadecuadas formas de maltrato, en donde se vulnera el bienestar animal y su
vida, con los propósitos de investigar, lucrarse y la más despreciable de
todas; el supuesto 'arte' (jugar y asesinar a estas especies que sienten dolor
al igual que nosotros).