He sido un crítico
acérrimo de la educación tradicionalista, convencional, retrógrada, bancaria o
como la quieren llamar, al fin y al cabo, esa forma de enseñar es perjudicial
para el conocimiento de los estudiantes y, por supuesto, para el progreso de un
pueblo o país. Este es un problema serio en nuestra Nación, entre muchas otras
cosas, porque no se invierte lo necesario para tener calidad (en
infraestructura e instrumentos que motiven un conocimiento académico) y en la
baja preparación de los docentes.
Sin embargo, para no
aburrirlos, aquí traigo unas propuestas por si algún día soy profesor o facilitador
en la educación de sus hijos.
Si soy profesor de su hijo,
prometo no enseñarle a repetir que la eme con la a es ma, pero sí a saber que
nuestra má es la más importante de la familia.
Si soy profesor de su
hijo, prometo no enseñarle a sumar, restar, multiplicar o dividir, pero sí a
que tenga en cuenta para qué sirven estas cuatro operaciones básicas y que son
elementales en la vida del ser humano.
Si soy profesor de su
hijo, prometo no enseñarle que hijueputa es pecado o grosería, pero sí a
compartirle que las cosas aparentemente malas son más escandalosas que las verdaderamente
malas.
Si soy profesor de su
hijo, prometo no enseñarle que Hidrógeno, Helio, Litio, Berilio, Boro (momento,
¿qué es boro? ¡Juemadre, me robaron!) son los primeros cinco elementos químicos
de la tabla periódica, pero sí a enseñarle que los elementos químicos son para
ellos: los químicos.
Si soy profesor de su
hijo, prometo no dejarle esas güevonadas de Baldor, pero sí a enseñarle que ese
man estaba muy aburrido cuando nos quiso joder la vida.
Si soy profesor de su
hijo, prometo no enseñarle que si nos portamos mal se irá al infierno, ¡no!,
mentiras no enseñaré. En cambio le diré que todo acto bueno, tiene
consecuencias buenas.
Si soy profesor de su
hijo, prometo no enseñarle dónde queda el Golfo de Morrosquillo, pero sí a
hablarle del gran libertador Simón Bolívar.
Si soy profesor de su
hijo, prometo no enseñarle a colorear ni a enseñarle a dibujar, pero sí a que
experimente su arte con las paredes del salón y los instrumentos musicales.
Si soy profesor de su
hijo, prometo no decirle que él (o ella) es el futuro del país, sino a hacerle
caer en la cuenta que es el dueño de sus sueños, y el motor del tiempo presente.
Si soy profesor de su
hijo, prometo no enseñarle contenido temático, pero sí a mostrarle que él (o
ella) es la inspiración propia de crear nuevos conocimientos.
Si soy profesor de su
hijo, prometo no joderlo por cómo se vista, por su corte de cabello o sus
medias tobilleras, pero sí a enseñarle que hay personas que los necesitan
afuera y que por ellos vale la pena la espera.
Si soy profesor de su
hijo, prometo no enseñarle que tiene que ser tratado como rey, príncipe, reina
o princesa, sino a ser un luchador o luchadora, corajudo y revolucionaria, batallador
y liberadora, que él (o ella) tiene el cambio en sus manos y que la monarquía
es lo peor que le ha pasado a los pueblos.
Si soy profesor de su
hijo, prometo no ser el mejor ni el único, pero sí el gran ejemplo que
necesite, el guía, apoyo, facilitador, educador, maestro y, sobre todo: el
amigo que necesita, pues “Los hombres no se hacen en el silencio, sino en la
palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión” (Paulo Freire).
Y, si soy profesor de
su hijo, sea usted también el profesor que él (o ella) necesita. La educación la hacemos todos.
¡Vamos
por la libertad de la educación,
por una pedagogía de la esperanza que libere al oprimido!
por una pedagogía de la esperanza que libere al oprimido!