En la patria
habitada por indígenas, invadida por españoles, oprimida por gringos y hurtada
por sus mismos dirigentes, nos hemos
creído de todo, menos hijos de ella, o bueno, como diría Jaime Garzón: “el país
está así, porque en Colombia no hay colombianos”. Nos creemos arios, cuando,
orgullosamente deberíamos llamarnos lo que somos: campesinos. Pero no,
parafraseo a un joven del común: ¡qué oso! ¡Qué boleta!
La
diversificación de la cultura está cada vez, no sé si disuelta, mezclada o perdida,
los de ayer ya no son los mismos de hoy. Somos dueños de más de un millón de
kilómetros cuadrados, ese tesoro incalculable que no apreciamos y que,
infortunadamente, perdemos día a día, por culpa, nada más que de nosotros
mismos. Porque nos falta ciudadanía, no hay amor por lo propio, preferimos lo
extranjero antes que lo nacional, tenemos yuca, plátano y papa, y a la hora de
la verdad la cambiamos por una sintética hamburguesa de McDonald’s. ¡Cesó la
horrible noche!
Nuestros
ancestros, esos abuelos sabios y trabajadores, capaces de mantener y sustentar
hasta a 12 o 15 miembros de su familia, a punta de hoz, pica y pala, jornaleaban
con orgullo, sin afán, amor por la tierra y los frutos que ella proporcionaba
para el sustento del hogar, posteriormente venderlos y así poder vestir y
vivir, aunque no con lujos; sí cómodamente. Esos que caminaban horas para
recoger agua, al no tener aljibe propio y gozaban haciéndolo, nunca se
quejaban. Aquellos compatriotas, hoy ya, quedados en el olvido, en el
desprecio, en la mordaz tierra del olvido, al estilo de la canción de Vives.
Se ha perdido la
biodiversidad, los bosques, el campo y el sustento de los mismos (Hemos hecho perder cientos de especies y miles de plantas http://xurl.es/6m3l1), humillados y violentados por los grupos al margen de la ley, claro y también
por algunos militares y policías. Esos hijos de la Pachamama, colombianos que
vivían más de cien años, sin enfermedades que los aquejaran, sin deudas y
preocupaciones mayores al tener que ser buenos padres y esposos. Hoy día, se
ven muy pocos. Ya tenemos tan solo 8 millones, aproximadamente. Esos que no les
da pena decir en donde nacieron: en el
campo, independientemente de la región a la que pertenecen, son campesinos.
Orgullosos de serlo, de levantarse a las 4 o 5 de la mañana (otros más
temprano), y tomarse un delicioso y calientico café o aguadepanela para
comenzar el largo día de trabajo. (Vea Cuántos campesinos hay en Colombia http://xurl.es/1c61v).
Estos hermanos
nuestros que dicen jinca (en vez de finca), que confunden letras y palabras
porque no han tenido la oportunidad de estar en una universidad porque es muy
difícil y costoso, porque aman su tierra y no quieren salir de ella, esos que
admiran —todavía— al dotor (sin c), al padrecito y al profe. Los oprimidos y
tildados de guerrilleros, nuestros colonos, los que hicieron patria, esos que,
como dice la letra de El campesino embejucao: “Campesino trabajador, pobre, muy honrao, vivía muy alegre,
pero me tienen embejucao”. Ellos ya se cansaron, o bueno, la verdad es que: ya
los cansamos. Nos le metimos al rancho, y si reclaman algo no nos gusta, están
pidiendo a gritos una Reforma agraria y no se les da, en cambio el gobierno
crea un famoso programa (AIS) y ayuda a terratenientes y familias de clase
media-alta (dizque era para ayudar a los agricultores), por si fuera poco,
algunos ‘ilustres’ están siendo premiados con baldíos. ¡No me crean tan
pendejo! (Vea otros datos sobre Colombia http://xurl.es/5rb1n ).
Los hemos marginado diciéndoles campesinos, o usted no ha
escuchado a alguien (o a usted mismo) decir: ¡mucho bruto, campesino tenía que
ser! Por Dios, qué barbaridad es esta, menospreciamos y subvaloramos a los
nuestros, a los que cultivan los alimentos que consumimos todos los días, los
que tenemos la oportunidad de hacerlo. Esos berracos y corajudos, entonces, por
alegoría coloquial deberíamos decir a alguien inteligente, luchador y
trabajador: ¡mucho campesino! Por todo lo que la expresión, desde su premisa
hasta su conclusión conlleva. Debemos cambiar el desprecio a la clase rural del
país, no son menos, pareciera que, fueran más, sin ellos no nos podríamos
alimentar. ¡Mucho campesino no haberlo pensado antes!
No seamos más
despectivos con ellos. Cuando reclaman algo lo hacen imparcialmente, no tienen
caprichos para hacer perder vanamente sus cultivos. Son sinceros y, aunque
muchos no han leído libros y no sean adoctrinados, tienen sabiduría popular y
saben lo que un Ph. D no, tienen remedios para todo tipo de mal, sin ser
médicos, en fin, ¡qué campesinos! Por eso, como dice el gran teólogo, filósofo
y ecólogo brasilero Leonardo Boff: “la tierra es la gran crucificada” y con
ella sus labradores. Es menester, pues, apoyar sus protestas pacíficas y
justas. Ya nos creemos industrializados, nos olvidamos de nuestras raíces y no
caemos en la cuenta de que, la tecnología nos está cosificando, mientras
ignoramos los gritos y reclamos de estos compatriotas. No podemos interpretar
de mejor manera al campesino colombiano: “de Boyacá en los campos, el genio de
la gloria, con cada espiga un héroe, invicto coronó”. (V estrofa del Himno de la República).