1 ago 2013

Juventud en taxi

“Si ustedes no cambian el destino de este país, nadie va a venir a salvárselo… nadie” decía Jaime Garzón, cada vez que podía dirigirse a los jóvenes colombianos. En este país macondiano nos hemos acostumbrado —los jóvenes— a ir en taxi. Usted requiere el servicio de los vehículos amarillos y, sabrá que es más lo que gasta en la carrera para llegar a su destino, que lo que ‘goza’ de las maniobras del conductor experimentado y sus ‘consejos’ sabihondos a la hora de entablar una conversación.

El parangón que hago es porque las nuevas generaciones somos de momento, nos ilusionamos en el tránsito de querer hacer algo, pero la chispa enérgica se nos agota en menos de lo que pensamos. Muchos queremos luchar por el prójimo (o bueno, eso dicen las expresiones: ¡pobrecito!), un mejor futuro para los niños y niñas, que los habitantes de calle tengan un lugar digno para vivir, que los animales no sean maltratados, que se acabe el egoísmo y la injusticia que reina en nuestras tierras. Palabras más, palabras menos, nos preocupa en cierto modo el querer cambiar el costumbrismo y el ocio mortal que nos acaba día a día como hermanos.

Pero —infortunadamente—, muchos nos quedamos en el: ojalá alguien haga algo y/o esos políticos no sirven para nada. Sí, es verdad, la pobreza extrema es resultado de los malos manejos públicos que nuestros gobernantes han implementado, de los cuales han sacado tajada ventajosa un pequeño porcentaje del pueblo oligarca y capitalista que abolia y explota a la nación del Sagrado Corazón de Jesús.

Tenemos la errónea percepción de que si no somos políticos no debemos hacer nada. ¡Eso es problema del gobierno! Ideas banas que entristecen nuestro espíritu y el ímpetu resplandeciente que caracteriza a un joven, es utilizado para tener el valor civil de levantar el codo e ingerir una cerveza y echarnos una rumbeada en la disco de moda de la ciudad. Y mientras tanto… los buenos deseos y el ¡pobrecito! Se quedan en la penumbra de querer hacer algo, todo se vuelve irreal, despótico, vacío. Los argumentos que damos son nefastos para nosotros mismos, pues, en parte somos testigos y culpables de lo que ocurre con el prójimo.

Aquí no importa la religión, clase social, partido político, color, estatura, si somos del norte o del sur, no, lo que importa es la solidaridad que compartimos con el otro. Todos en nuestras vidas hemos experimentado el apetito de compartir (dar desde mi corazón), la generosidad de ver al otro con una sonrisa aunque sea por un instante. Qué bueno sería que la felicidad fuera eterna y no efímera. Que no anduviera en taxi.

Para eso es menester reconocer que, si yo no hago el cambio, nadie lo hará, que las palabras, como ya sabemos, se esfuman, que lo importante son las obras sociales, que no soy tan pobre que no pueda brindar nada y que no soy tan rico que no logre recibir algo.

Y aquí termina esto, como una carrera de taxi por la avenida; rápida. Hay muchos que ayudan en silencio, qué bien, no debemos esperar aplausos, pero sí sonrisas, abrazos de esos sinceros que ya pocos dan y si no los hay, habrá otro que los dé el doble. Por eso, mi invitación es para hacer de aquel taxi la aventura perfecta y eterna que recorra nuestra vida. Huecos habrá por montones, solo hay que saberlos esquivar y si caemos en uno; poder salir de la pedrea y continuar, hay muchos pasajeros que desean montar.

«Sé el cambio que quieres ver»: Mahatma Gandhi

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