30 may 2015

La igle$ia de Jesús

«Para obtener el poder que ostenta, la Iglesia (principalmente jerárquica) tuvo que constituir sus cuadros, instaurar un cuerpo de peritos, formados en la cultura filosófica dominante, jurídica y organizativa de la época: el clero. Sus miembros se imponen como intelectuales orgánicos de los intereses eclesiales, articulados con los intereses del orden imperial. El cristianismo se transformó de perseguido en perseguidor». (Son palabras del teólogo Leonardo Boff, en su proyecto: ¿Qué iglesia queremos?, 2000. Un documento valioso que debería tenerse en cuenta a la hora de hablar del gran inspirador de nosotros los creyentes: Jesús de Nazaret). Lo anterior, sí y solo sí, lo lograron los clérigos haciendo alianzas con las jurisdicciones dominantes: el Estado (rey o emperador), la sociedad (los nobles y adinerados) e intelectuales (escuelas).

Otrora, el mismísimo san Juan Crisóstomo proclamó en un sermón: «Por culpa vuestra y por vuestra inhumanidad han venido a parar a la Iglesia campos, casas, alquileres de viviendas, carros, mulos y muleros y todo un tren de semejantes cosas. Todo este tesoro de la Iglesia debiera de estar en vuestro poder [del pueblo], y vuestra buena voluntad debiera ser su mejor renta… De ahí que nosotros no podamos abrir la boca, ya que la Iglesia de Dios no se diferencia en nada de los hombres del mundo… Nuestros obispos andan más metidos en preocupaciones que los tutores, los administradores y los tenderos. Su única preocupación debieran ser vuestras almas y vuestros intereses, y ahora se rompen la cabeza por los mismos asuntos que los recaudadores, los agentes del fisco, los contadores y los despenseros».

La iglesia jerárquica habla de los pobres y de ayudarlos, sin embargo, dice monseñor Pedro Casaldáliga: «no compartimos en nuestras vidas y en nuestras instituciones la pobreza real que ellos experimentan». Él enseñó, en su ortopraxis y prédica: «no tener nada, no llevar nada, no pedir nada, no matar nada, y esperarlo todo de Dios».

Por eso es que, sinceramente: no le creo a religiosas, religiosos, diáconos, pastores, abades, misioneros, misioneras, sacerdotes, obispos o pontífices que usen artilugios de oro. No reconozco como cristiano a aquel que juró pobreza ante Dios y tiene propiedades a su nombre, le gusta la pompa y derrocha dinero en manjares cuando hablan de 'ayudar al más necesitado'. No puede ser creíble alguien que alce su voz para criticar las injusticias sociales, pero le(s) gusta los primeros puestos en banquetes, fiestas oficialistas y gubernamentales. No es digno de ser 'padre' o 'madre' [de una comunidad] los hombres y mujeres que anteponen sus necesidades básicas a las de los demás (totalmente contrario al mensaje evangélico judeocristiano y neotestamentario). No creo que sigan al Jesús de Nazaret histórico y bíblico del cual tanto hablan. No me adhiero, como católico, a los boatos, ni últimamente les enciendo velas a los beatos.

De esta manera, dice Jon Sobrino (teólogo español): «El valor permanente de la opción de Jesús por los pobres es, pues, claro: hay que ver la historia desde ellos y, escandalosamente, como esperanza para ellos; hay que poner signos de todo tipo en su favor, benéficos y liberadores; hay que denunciar y atacar el antirreino desde su raíz. Y hay que optar por los pobres, introducirse en el conflicto de la historia por salir en su defensa, aunque en ello surja la persecución y la muerte». Es notable que esto no se ve, cada día los jerarcas de nuestra iglesia se interesan más en la pompa, en las excentricidades y agasajos en su nombre que realmente en la Iglesia pobre que cimentó Cristo.

Y, por si alguien quiere lanzar improperios en mi nombre, háganlo también contra el Mesías (Cf. Mt. 10, 9-10) y el mismo Papa Francisco (cuando dijo en Brasil a los jóvenes: «No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo»).


21 may 2015

¡San Romero de América, ruega por nosotros!

Óscar Arnulfo Romero pasó a la historia, no solo de la cristiandad, sino de la humanidad, el 24 de marzo de 1980, día en que un francotirador lo asesinó con un disparo al corazón mientras presidía una eucaristía. Se me viene a la cabeza un eufemismo ‘Romero-jesuítico’: mientras elevaba en el altar al sacrificio de los sacrificios: Jesús, él era inmolado, un mártir de nuestros tiempos.

Monseñor Romero o San Romero de América (como lo bautizó fraternalmente Pedro Casaldáliga) ha sido para los católicos que pensamos diferente e incluso para aquellos que no creen en religiones, un verdadero pastor, un hombre dedicado a quienes en realidad lo necesitaban. Un líder que ante su condición social de obispo, antepuso las necesidades suyas a las de sus hermanos y hermanas. Él sabía muy bien que sus andanzas populares le podían causar la muerte, como infortunadamente ocurrió. Con espíritu de pastor y con el miedo que le abarcada ser un chivo expiatorio moderno, dijo en una entrevista: “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”. ¡Y vaya fervor que ha generado este admirable obispo!

En realidad monseñor Romero es un santo, pero no de esos que mantiene canonizando el Vaticano, no; es un santo varón que merece parte en el Reino de los Cielos. En sus días, monseñor Romero con voz de profeta reiteraba: “La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres... así la Iglesia encuentra su salvación” (11 noviembre de 1977), algo que fue un malestar para la jerarquía suntuosa y cómplice de los dictadores que casi siempre están en el Gobierno. La misma que pone sus ojos en el poder y en el dinero.

Una de las enseñanzas bonitas de monseñor Romero es la que predicó el 10 de septiembre de 1978, donde exclamó con vehemencia: «Muchos quisieran que el pobre siempre dijera, es “voluntad de Dios” que así viva. No es voluntad de Dios que unos tengan todo y otros no tengan nada. No puede ser de Dios. De Dios es la voluntad de que todos sus hijos sean felices».

Por defender a los pobres y por exigir que no se vulneraran los derechos de los menos favorecidos, el capitalismo de El Salvador, en complicidad con el Gobierno gringo, asesinaron a monseñor Romero.

Muchas cosas hay para enseñar de monseñor Romero, pero sería incoherente, como él decía, hablar y predicar y no practicar y testimoniar, así que, les comparto las palabras que más me gustan de monseñor Romero: «Una religión de misa dominical pero de semanas injustas no gusta al Señor. Una religión de mucho rezo pero con hipocresías en el corazón no es cristiana. Una Iglesia que se instalara sólo para estar bien, para tener mucho dinero, mucha comodidad, pero que olvidara el reclamo de las injusticias, no sería la verdadera Iglesia de nuestro divino Redentor». (04 diciembre de 1977).

Y recuerden: «No hay pecado más diabólico que quitarle el pan al que tiene hambre». (24 febrero de 1980). Pues: «Solo los pobres, los hambrientos, los que tienen necesidad de que alguien venga por ellos, tendrán a ese alguien. Ese alguien es Dios (24 diciembre de 1978)».

Monseñor Romero, bienvenido al santoral litúrgico, porque en la santidad estás desde 1980, cuando te elevaron al Cielo.

Aclaro que, aunque monseñor Romero va a ser beatificado, para muchos él ya es santo sin necesidad de canonización.

16 may 2015

¡Qué vaina con la paz!

Yo sigo insistiendo: si no empezamos nosotros, con lo mínimo, no obtendremos nunca lo máximo: la paz. Me he referido en varias oportunidades a este clamor, pero día a día veo las malas energías, las palabras soeces y las banalidades con que algunos colombianos se refieren al proceso de paz que se está dialogando con las Farc. No sé qué parte de la palabra diálogo no entienden quienes a ultranza critican el mismo.

Al respecto, un sacerdote católico, Mario Castellar, teólogo de la liberación, expresa: “Es urgente buscar que la gente viva una conversión a la «cultura del corazón», [que] aprenda a amar en vez de odiar, [que] cambie la desconfianza por la confianza, [que reemplace] el temor por el acercamiento al otro para conocerlo mejor”. ¿Es mucho pedir?

¡Qué vaina con la paz! Juan Manuel Santos podrá ser un neoliberal, un bellaco con intereses capitalistas, un funesto exministro, un nefario mandatario, un pésimo gobernante, pero se le abona, lo digo como izquierdista, el querer lograr la paz para el país y la dejación de las armas por parte de las guerrillas colombianas.

La paz exige, entre muchas otras más, el aceptar la participación política y democrática de los grupos subversivos. Para esto hay que tener claro que el perdón consiste en aceptar (olvidando el mal causado y renaciendo a otra vida) que los demás tengan los mismos derechos que nosotros, así nos hayan perjudicado seriamente y violentado con agravios y delitos. No soy perito en leyes, pero: sí o sí, debe haber amnistía para las Farc y el Eln, siempre y cuando haya una reivindicación y una desmovilización profunda de las mismas. A las colombianas y colombianos (como creyentes en el Dios de la paz, más de cuarenta millones, o sea: la mayoría de habitantes de este país) nos compete, más que nunca, la gran virtud del perdón que enseñó Jesús de Nazaret, la paciencia de Job para soportar los infortunios que dejan las negociaciones (pues no hay acuerdo pactado) y la misericordia de Dios, que consiste en reconciliarnos con los demás, así no estemos de acuerdo con lo que hayan hecho.

En conclusión: si no hay una profunda introspección moral como ciudadanos (y como cristianos), jamás lograremos la paz que tanto anhelamos. (Hablo de creyentes, porque he visto que los 'críticos' sin argumentos son quienes se oponen a los diálogos de paz. No sé en cuál Dios creen ni a qué iglesia asisten. Ni mucho menos cuál Biblia es que leen).