16 may 2015

¡Qué vaina con la paz!

Yo sigo insistiendo: si no empezamos nosotros, con lo mínimo, no obtendremos nunca lo máximo: la paz. Me he referido en varias oportunidades a este clamor, pero día a día veo las malas energías, las palabras soeces y las banalidades con que algunos colombianos se refieren al proceso de paz que se está dialogando con las Farc. No sé qué parte de la palabra diálogo no entienden quienes a ultranza critican el mismo.

Al respecto, un sacerdote católico, Mario Castellar, teólogo de la liberación, expresa: “Es urgente buscar que la gente viva una conversión a la «cultura del corazón», [que] aprenda a amar en vez de odiar, [que] cambie la desconfianza por la confianza, [que reemplace] el temor por el acercamiento al otro para conocerlo mejor”. ¿Es mucho pedir?

¡Qué vaina con la paz! Juan Manuel Santos podrá ser un neoliberal, un bellaco con intereses capitalistas, un funesto exministro, un nefario mandatario, un pésimo gobernante, pero se le abona, lo digo como izquierdista, el querer lograr la paz para el país y la dejación de las armas por parte de las guerrillas colombianas.

La paz exige, entre muchas otras más, el aceptar la participación política y democrática de los grupos subversivos. Para esto hay que tener claro que el perdón consiste en aceptar (olvidando el mal causado y renaciendo a otra vida) que los demás tengan los mismos derechos que nosotros, así nos hayan perjudicado seriamente y violentado con agravios y delitos. No soy perito en leyes, pero: sí o sí, debe haber amnistía para las Farc y el Eln, siempre y cuando haya una reivindicación y una desmovilización profunda de las mismas. A las colombianas y colombianos (como creyentes en el Dios de la paz, más de cuarenta millones, o sea: la mayoría de habitantes de este país) nos compete, más que nunca, la gran virtud del perdón que enseñó Jesús de Nazaret, la paciencia de Job para soportar los infortunios que dejan las negociaciones (pues no hay acuerdo pactado) y la misericordia de Dios, que consiste en reconciliarnos con los demás, así no estemos de acuerdo con lo que hayan hecho.

En conclusión: si no hay una profunda introspección moral como ciudadanos (y como cristianos), jamás lograremos la paz que tanto anhelamos. (Hablo de creyentes, porque he visto que los 'críticos' sin argumentos son quienes se oponen a los diálogos de paz. No sé en cuál Dios creen ni a qué iglesia asisten. Ni mucho menos cuál Biblia es que leen).

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