En
estos tiempos en que se habla de paz en Colombia donde por primera vez la
esperanza está más latente que nunca de la entrega de armas por parte de las
Farc, hay algo que me preocupa mucho, y ese algo es muy conocido: el sabotaje por
parte de la ultraderecha (liderada por Álvaro Uribe Vélez y su séquito de
ególatras e insolidarios ‘pacifistas’ que no aceptan –todavía- que el susodicho
ya no es presidente y que no fue el ‘mesías’ que trajo la salvación al país.
Parece que sufrieran de esquizofrenia) y el resentimiento por parte de millones
de compatriotas que se niegan a dar una oportunidad a los subversivos que
llevan medio siglo alzados en armas queriendo dar un giro a la nación, pero que
en su caminar perdieron el rumbo, mezclando la violencia con el narcotráfico y
las mafias más peligrosas del mundo.
En
lo del perjuicio que se hace al proceso de paz no me voy a detener, porque
siempre habrá personas que no acepten la reivindicación del otro, porque, entre
otras, la guerra es uno de los negocios más lucrativos y esto, evidentemente,
es lo que le gusta a ciertos líderes de la derecha radical de cualquier país
del mundo.
Ahora,
algo que en realidad me preocupa mucho, es el resentimiento, la desazón, la
antipatía, el rencor, el odio y la animadversión exacerbada y profunda de
algunos colombianos y colombianas. Todos estos, obviamente, ligados y/o
seguidores del señor intocable e innombrable, paisano de Pablo Escobar y al
parecer: más peligroso que el mismísimo Patrón.
Yo
sé que el tema del perdón es muy complejo y que se debe tener ayuda espiritual
y psicológica para sanar nuestro corazón de cualquier aborrecimiento hacia las
personas que nos han causado (mucho) daño. De lo contrario, perdonar de palabra
es meramente ‘cortesía’ y propaganda para quedar bien ante las y los demás. O
sea: pa’ que nos digan que sí somos capaces de aceptar a la otra y el otro a pesar de lo que nos hayan hecho.
Alguien
me decía que es muy fácil para mí hablar de perdón pues no he sido víctima
directa de las Farc. Lo acepto, pero entonces, creámosle a Constanza Turbay
(única sobreviviente del atroz asesinato a la familia política caqueteña Turbay
Cote) a quien Iván Márquez ofreció perdón: “Lo de las Farc con tu familia fue
un error muy grande, yo te pido perdón (...) Tu hermano Rodrigo era un gran
hombre”, afirmó el miembro del secretariado. A lo que Constanza asegura sentir
que: “Ese pedido de perdón salió desde el corazón” (Lea la nota en este enlace:
http://goo.gl/Y9naDK). Aquí, la sinceridad y el
compromiso del hombre que empuñó las armas se unen con la transparencia, el
brío y la buena energía de una colombiana que sueña, como millones de nosotros,
el esquivo valor de la paz que nos destruye cada día al fin de parecer que
todas y todos somos enemigos, porque, en resumidas cuentas: no sabemos
perdonar.
El
pasado 07 de febrero, Revista Semana titula: “Farc ratifican decisión de crear
un movimiento político” (Ver noticia: http://goo.gl/xWYPaG) y, a la vez, publicaron una imagen
en Facebook (Mírela aquí: http://goo.gl/xJdP4E) donde yo, con un tono satírico,
justificaba la participación de grupo insurgente en política afirmando que: Si
Uribe creó dos, ¿por qué ellos no pueden? Este comentario me costó el repudio y
la maledicencia que ya caracteriza a cierta parte de compatriotas llamándome:
‘guerrillero’ en repetidas ocasiones; un personaje dice que me ‘deberían quitar
los dedos para que deje de escribir pendejadas’; y otro dice: “usted los invita
a su casa para que le den por el culo desde el más pequeño hasta la más vieja”.
Menos mal hago caso omiso a todos estos impropios y aberraciones que denigran
de mí y mi familia. ¡Qué oscuro tenemos el corazón!
Las
y los colombianos queremos la paz, es indudable, y para esto, un paso
inevitable es el perdón. Otra característica fundamental es aceptar que los
combatientes de las Farc participen en política. No se perdona a medias.
Debemos acoger ciertas condiciones por el bienestar de todas y todos. Así como
el pueblo mexicano, cada una y uno debemos gritar: ¡Ya me cansé!
Tengo
fe y esperanza de que esto puede cambiar. Yo no creía en este proceso, ahora he
reflexionado y sé que las negociaciones van por buen camino. Soy totalmente
antisantista. No creo en la política del presidente, pero creo en la paz y a
pesar de todo, creo que los que me insultan e injurian también son mis hermanas
y hermanos y que la paz la necesitamos ya. Cambiando nuestra forma de pensar,
olvidando las discrepancias. Aquí es menester recordar algo muy valioso que
Camilo Torres Restrepo manifestó: “Debemos insistir en todo lo que nos une y
prescindir de todo lo que nos separa”.
Francisco
de Asís enseñó algo que deberíamos poner en práctica: ‘Allí (en el lugar) donde
haya odio, ponga amor; donde haya ofensa, perdón; donde haya desesperanza,
esperanza… perdonando se es perdonado’ (Extracto de la hermosa Oración de paz.
Aquí el poema franciscano: http://goo.gl/rGctTS).
Algo
que me llama la atención es que quienes se oponen a que tengamos por fin paz,
son, en su mayoría cristianos, creyentes en Dios. No sé en cuál dios creen.
Porque el del Nuevo Testamento no es.
En
fin, me ha dejado anonadado la clase de seres humanos que somos, sin embargo:
al igual que Jaime Garzón digo: “Yo creo en la vida, creo en los demás, creo
que este cuento hay que lucharlo por la gente, creo en un país en paz”. Un
adagio bélico de Vegecio, reza: Si vis
pacem, para bellum (Si quieres paz, prepárate para la guerra). ¡No! Yo
afirmo que si queremos paz, preparémonos para perdonar.