En estos días se llenan
las parroquias e iglesias del mundo católico, curiosamente, para estas fechas
muchos son católicos. Qué bueno, yo también lo soy, pero ¿somos católicos de
verdad? ¿O solo de Semana Santa y Navidad? Alimenta el espíritu y enriquece el
corazón, buscar a Dios, orar y pensar en el gesto que Jesús hizo por nosotros; inmolarse
en una cruz para salvarnos del pecado, del egoísmo y de la
envidia que nos destruye como seres humanos. Porque, aunque usted sea una
denominación o religión diferente, crea o no en Cristo, él se entregó por la
expropiación de nuestros pecados. Los de todos.
Me viene a la mente algo
que siempre he preguntado, si en la Semana Santa renacemos y hacemos
compromisos en cuaresma, en el Triduo pascual (Jueves, Viernes y Sábado santo)
y, supuestamente, vamos a ser hombres y mujeres justos, de acuerdo al
Evangelio, ¿por qué seguimos así? La respuesta, para mí, la da José Antonio
Pagola (teólogo español): "Admiramos al crucificado, pero ignoramos a los
que están crucificados (pobres, desprotegidos, oprimidos, sufrientes,
dolientes, marginados)". ¿Acaso no es verdad?
Estos días, que
llamamos Semana Santa (que es la Mayor semana de todas) por los acontecimientos
tan importantes que conmemoramos nosotros los cristianos, la pasión, muerte y
resurrección del Señor. Vale la pena preguntarnos, ¿es nuestra fe testimoniada
y vivida de acuerdo al mensaje evangélico del Nazareno? Él, que luchó por los
más desprotegidos de su época (pobres, niños y los enfermos) y nos mandó que
hiciéramos lo mismo, ¿lo hacemos?
Porque, claro, es
bonito ir a una iglesia y tener ese recogimiento que encontramos en Dios,
alabarle, cantarle, escuchar y meditar su Palabra; es loable, nos da un gozo
que no encontramos en otra acción humana, pero, no basta llenar los templos
estos días, pues lo dice claro un mártir de nuestra era: "Una religión de
misa dominical, pero de semanas injustas; no agrada al Señor". Mons. Óscar
Romero.
Los cestos de las
parroquias se llenan, damos ofrendas y limosnas. Muchos dicen hacer “ayuno”
dizque porque no comen carne, en cambio se tragan una cachama de una libra, con
ensalada, plátano, yuca, arroz y sacian el apetito famélico ¿y los pobres? Asistimos
una hora (hasta más) a nuestros oratorios, santuarios y capillas, pedimos por
la justicia y la paz del mundo, pero un habitante de calle pasa por nuestra
casa, mientras comemos nuestros manjares, pidiendo algo de comer y somos tan descarados
que decimos: “no hay nada”. ¡Por favor, qué clase de cristianismo es ese!
Estos días de reflexión
espiritual, queremos ver a Dios, y en la mayoría de veces no sabemos dónde
encontrarlo (a parte de las iglesias), pues bien; Dios está en ese que mendiga
comida, en ese hombre o mujer que pide a gritos ayuda y que muchas veces
ignoramos, en los niños, en los enfermos, en los oprimidos, en todo aquel que
despreciamos. Ahí está Cristo, ahí está Dios.
Como anhelamos estar
con Dios, que sea del todo y auténtico aquello que deseamos manifestar, es
claro, lo recalca el obispo salvadoreño: “La religión no consiste en mucho
rezar. La religión consiste en esa garantía de tener a mi Dios cerca de mí
porque le hago el bien a mis hermanos” (Óscar Romero). Esos hermanos que son el pobre, el oprimido, el rechazado, el
abandonado, el marginado, el violentado, el abusado, el habitante de calle, el
enfermo, el abuelo, el joven, el niño, el indígena, el campesino, el blanco, el
negro, la prostituta, el gay, el estudiante, el profesional. Qué bueno es vivir
estos días siguiendo esta tradición católica, no obstante, si nos olvidamos de
ellos, será en vano cualquier acto popular de fe que vivamos. Lo dice la Biblia: “Una fe sin obras, es una
fe muerta” (Stg. 2, 26).