Óscar Arnulfo Romero pasó
a la historia, no solo de la cristiandad, sino de la humanidad, el 24 de marzo
de 1980, día en que un francotirador lo asesinó con un disparo al corazón
mientras presidía una eucaristía. Se me viene a la cabeza un eufemismo ‘Romero-jesuítico’:
mientras elevaba en el altar al sacrificio de los sacrificios: Jesús, él era
inmolado, un mártir de nuestros tiempos.
Monseñor Romero o San
Romero de América (como lo bautizó fraternalmente Pedro Casaldáliga) ha sido
para los católicos que pensamos diferente e incluso para aquellos que no creen
en religiones, un verdadero pastor, un hombre dedicado a quienes en realidad lo
necesitaban. Un líder que ante su condición social de obispo, antepuso las
necesidades suyas a las de sus hermanos y hermanas. Él sabía muy bien que sus
andanzas populares le podían causar la muerte, como infortunadamente ocurrió. Con
espíritu de pastor y con el miedo que le abarcada ser un chivo expiatorio moderno,
dijo en una entrevista: “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”. ¡Y
vaya fervor que ha generado este admirable obispo!
En realidad monseñor
Romero es un santo, pero no de esos que mantiene canonizando el Vaticano, no;
es un santo varón que merece parte en el Reino de los Cielos. En sus días,
monseñor Romero con voz de profeta reiteraba: “La misión de la Iglesia es
identificarse con los pobres... así la Iglesia encuentra su salvación” (11
noviembre de 1977), algo que fue un malestar para la jerarquía suntuosa y
cómplice de los dictadores que casi siempre están en el Gobierno. La misma que
pone sus ojos en el poder y en el dinero.
Una de las enseñanzas
bonitas de monseñor Romero es la que predicó el 10 de septiembre de 1978, donde
exclamó con vehemencia: «Muchos
quisieran que el pobre siempre dijera, es “voluntad de Dios” que así viva. No
es voluntad de Dios que unos tengan todo y otros no tengan nada. No puede ser
de Dios. De Dios es la voluntad de que todos sus hijos sean felices».
Por defender a los pobres
y por exigir que no se vulneraran los derechos de los menos favorecidos, el
capitalismo de El Salvador, en complicidad con el Gobierno gringo, asesinaron a
monseñor Romero.
Muchas cosas hay para
enseñar de monseñor Romero, pero sería incoherente, como él decía, hablar y
predicar y no practicar y testimoniar, así que, les comparto las palabras que
más me gustan de monseñor Romero: «Una religión de misa dominical pero de
semanas injustas no gusta al Señor. Una religión de mucho rezo pero con
hipocresías en el corazón no es cristiana. Una Iglesia que se instalara sólo
para estar bien, para tener mucho dinero, mucha comodidad, pero que olvidara el
reclamo de las injusticias, no sería la verdadera Iglesia de nuestro divino
Redentor». (04 diciembre de 1977).
Y recuerden: «No hay
pecado más diabólico que quitarle el pan al que tiene hambre». (24 febrero de
1980). Pues: «Solo los pobres, los hambrientos, los que tienen necesidad de que
alguien venga por ellos, tendrán a ese alguien. Ese alguien es Dios (24
diciembre de 1978)».
Aclaro que, aunque monseñor Romero va a ser beatificado, para muchos él ya es santo sin necesidad de canonización.
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