Giovanni Bernardone,
mejor conocido como (san) Francisco de Asís, es el personaje canonizado más
famoso de la historia del catolicismo gracias a su semejanza con Jesús de
Nazaret. Un joven normal, que disfrutaba la vida parrandeando y compartiendo
con sus amigos, decidió entregarse a Dios en extrema pobreza, cuando leyó que
en las Escrituras el Maestro les dijo a sus apóstoles que no llevaran dos
túnicas, ni alforja, ni dinero en la faja, sino una túnica y unas sandalias (Cf. Mc. 6, 7-10), en pocas palabras les
indicó que no fueran avarientos, que vivieran como él, desprendidos de lo
material y preocupados únicamente por servir a los demás.
Pues bien, esto mismo
nos concierne como cristianos, no era solo para los seguidores de aquel
entonces ¿no somos, luego, discípulos del Señor? ¡Ah, claro, en estos casos nos
hacemos los locos! Tal vez uno de los pocos cristianos que ha continuado el
legado de Cristo ha sido Francisco de Asís, o como le dicen en Italia (tierra
de donde es patrón): Il poverello (el
pobrecillo).
Fue tan grande que,
renunció a una vida suntuosa para dedicarse a los menos favorecidos, a los
leprosos, a los que todos rechazaban, amó a los animales, a los astros, a la
naturaleza; sus hermanos y hermanas, como fraternamente les llamaba. A él, solo
a él, grandes teólogos lo han calificado como ‘el gran hermano de Cristo’. No
es para menos. Además de todo, fue el primer ser humano en padecer los estigmas
de Jesús. A esto, san Buenaventura (biógrafo de Francisco) dijo que, «por
disposición divina el santo de Asís quedó totalmente transformado en expresa
semejanza de Cristo crucificado».
Pero a qué viene todo
esto, sencillamente porque los prosélitos cristianos ya se están extinguiendo,
lo digo porque estamos repletos de cristianismo, no de cristianos. Como dice el
obispo Pedro Casaldáliga: «Es fácil llevar a Jesús en el pecho, lo difícil es
tener pecho, coraje para seguir a Jesús». Aquí todo se ‘complica’ y nos
quedamos en ser fieles de nombre, porque de obras y hechos, nada que ver.
Según cuentan, el
cambio de este hombre fue cuando Dios, en sueño, le hizo una petición:
«Francisco, restaura mi Iglesia» Y sí que lo hizo. Ahora, Dios —seguramente— nos
diría: «Creyentes, hijos míos, sean Iglesia, sean creíbles» Y complementaría
«¿Dónde están los Franciscos de Asís?»
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